Las coincidentes apreciaciones sobre la disminución en la producción de alimentos, y la mayor dependencia de productos importados, establecen formas de inseguridad alimentaria en comunidades rurales. La escasa gestión pública en la construcción de infraestructura para riego, la falta de asistencia técnica y formas de apoyo a la producción alternativa, generan un masivo flujo migratorio campesino a las ciudades. Para todos es conocido que la imperiosa labor del Estado es dotar de alimentos primarios a precios al alcance de la economía empobrecida de las comunidades rurales, ha generado al mismo tiempo una baja en la producción local.
Las inseguridad alimentaria, creada a partir de las crecientes subvenciones a productos importados, establece que alternativamente a la población se debe otorgar un mayor apoyo en las posibilidades de reactivar un aparato productivo casi inerte.
La economía campesina, debido a su carácter tradicional y mediana rotación de cultivos, y el mal manejo del suelo agrícola, solo ha generado un proceso lento de desertificación que hace imposible la producción agrícola en condiciones competitivas. La falta de una gestión agrícola de escala solo ha permitido una baja promoción de productos alternativos que en condiciones de mercado son minúsculas y no competitivas.
Las crecientes corrientes migratorias del campo a la ciudad solo generan insostenibles cinturones de marginalidad y pobreza en las ciudades, para lo cual y debido a que se han probado diferentes recetas para revertir la inseguridad alimentaria, lo que se hace es profundizar el problema.
Una verdadera revolución productiva es cuando el Estado es consciente de generar condiciones de producción agropecuaria competitiva y suficiente para ser la base de la alimentación local y capaz de generar excedentes para la comercialización en otros mercados, mientras siga la subvención seguirán las condiciones de pobreza en el área rural boliviano.
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